En el fútbol, como en otros deportes, existe algo que se llama amor a la camiseta entendido por lo general como el cariño que un jugador tiene por la institución en la cual se desempeña, por los colores que defiende, por la afición que lo apoya, hace posible le paguen un sueldo y lo transforma en poco menos que un ídolo, además equipo y jugador se vuelven referente el uno del otro.
Hoy los deportes profesionales intervenidos por los intereses comerciales y la ansiedad de triunfo han relegado la idea del jugador de una sola franela encontrar deportistas que nunca cambian de equipo se hace mas complejo en los deportes profesionales. La exigencia de ganar hace que se pierda el sentido de juego en equipo y le apuesten sólo a los resultados.
Cada que se inicia un torneo las expectativas son en los cambios de jugadores, de formación o de cuerpo técnico que vaya a realizar un equipo, mismas que se rompen antes de que el torneo termine y deben hacerse cambios o ajustes para continuar. Tal dinámica ha desembocado en que el citado amor a la camiseta se tenga sólo mientras ésta se porta.
La relación entre los jugadores y el equipo es meramente de una acción de intereses. Al jugador le conviene mostrarse en una institución deportiva pues le sirve como vitrina y puede que consiga algo mejor, sino por lo menos mantiene un nivel de juego y puede seguir diciendo que es futbolista, el equipo se beneficia con un jugador que se sienta a gusto en el plantel y cumpla con su función. Pero vamos, el punto es que siempre están conscientes de la vigencia del contrato, de sus clausulas, o sea el uno tiene al otro de paso.
El fútbol mexicano es un claro ejemplo de que nadie cree en la posteridad de sus elementos, los equipos contratan y contratan jugadores, nunca se sienten satisfechos e incluso si van a jugar más torneos abren la chequera como si el desempeño de algún jugador fuera proporcional al monto de su pago. Los jugadores, en su mayoría extranjeros, llegan a México con dos posibilidades: volverse ricos mostrando su talento a cuenta gotas o encontrar la oportunidad de ligar un contrato en algún equipo de Europeo. Ambas posibilidades reflejan una meta personal.
La presencia de algún jugador es insierta, a veces se les puede creer que quieran la playera, corren, se desgastan e incluso se avientan el equipo al hombro en esos momentos difíciles, se vuelven un referente y llegan a ser el hombre de confianza y de rrepente basta un rumor de que lo por sus habilidades lo pretende otro equipo de más nombre, de más peso, de más dinero para que pida la oportunidad de ir a probar suerte.
Cada vez será más extraña la presencia de un jugador en un sólo equipo, se recuerda con entusiasmo al jugador de basquetball Michael Jordan con su número 23 jugando para los Chicago Bulls, equipo donde mostró su liderazgo y junto con su entrenador y varios jugadores consiguió el dominio de la liga e hiló títulos consecutivos. Aunque anunció su retiro para jugar beisball, regresó a Chicago le dieron el número 45 y después regresaron su número en su regreso volvió a consolidar a su equipo, a sus compañeros de juego y suentrenador. Cierto fue que jugó con otro equipo pero en otra era, el americano nos dejó a Dan Marino, mariscal de campo de los Miami Dolphins que rompió todos los records de yardaje, pases para anotación, pases completos pero nunca consiguió ganar el Super Bowl aún así no cambio de playera para conseguir lo único que le faltó. El fútbol tiene a Maldini eterno defensa italiano del Milan, equipo de sus amores, con el que debutó y se retiró. Sólo vistió una playera que hizo estandarte.
El autor.
Por eso Bernal lleva siglos en los Pumas y así seguirá, jajaja. Pues yo digo que a todos los futbolistas les deberían de pagar el salario mínimo más comisiones. No se merecen otra cosa.
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